Nuestro artículo principal de cine peruano se llama “Un balance esperanzador”. Somos conscientes de la paradoja. Para muchos colegas y cineastas locales, el año que termina fue un desastre, ya que ninguno de los ocho estrenos nacionales logró convocar a las grandes mayorías. Ni siquiera la más promocionada de la camada –Contracorriente, de Javier Fuentes- fue competencia para los blockbusters de Hollywood.
Es curioso que nuestro balance del año pasado (“La Teta Hace una Diferencia” – godard! N° 22) haya sido tan criticado. ¿La razón? Allí manifestábamos, entre otras cosas, extrañar “nuevas voces que estén más preocupadas en expresarse artísticamente que en competir con las majors.”. Sin embargo, aquellos sanchopanzas que rechazaban esta hipótesis (y clamaban: ¡dignidad para el cine peruano!), son -vaya ironía- los primeros en quejarse, amargamente, y derramar lágrimas de cocodrilo por los nuevos fracasos comerciales de Lombardi y Tamayo. Estos mismos expertos nos pretenden convencer de que la única razón por el que las masas no se han volcado, acaloradamente, hacia un “falso thriller” con Paul Vega y una actriz mexicana desnuda, o no hayan desembolsado dieciocho soles de su bolsillo para disfrutar un “thriller esotérico” con Gianfranco Brero y una actriz peruana desnuda, es porque los exhibidores y los distribuidores, sencillamente, no tienen ganas de apoyar al cine nacional. ¿Pronto dirán que la varita mágica de Harry Potter está diseñada para alejar al mundo de los placeres secretos de Ella, Illary, y La Vigilia?
La posición de godard! ha sido expresada en varios editoriales: nos importa la calidad de las películas, vengan de donde vengan. Y lamentamos, profundamente, que casi siempre provengan del mismo país. Sin embargo, esta es una realidad que no tiene por qué privar al público de la orientación de la crítica especializada. Y es que ninguna agenda política, por más justa que sea, debe alejar a la prensa de su compromiso específico. Dicho esto, tampoco pretendemos ser neutrales o indiferentes ante la problemática de una cinematografía subdesarrollada, y que lucha por salir adelante en medio de la hegemonía de Hollywood.
Por otro lado, es una verdad conocida que, sin apoyo del Estado, se cerrarían muchas puertas a los cineastas que intentan dedicarse a un medio tan poco rentable en Perú. Por eso, nos llama la atención que un conocido proyecto de ley tenga, como principales beneficiarios, a las empresas que controlan el negocio del cine. Y no, en cambio, al cine peruano -que, creemos, sí debe ser apoyado, para que tenga identidad propia. Definitivamente, los grandes multicines, y las grandes compañías distribuidoras, no necesitan más ayuda económica que la que ya les ofrecen nuestros desprendidos congresistas.
Por último, queremos recomendarles, a nuestros cineastas, que, si su objetivo es seducir al público peruano, reconsideren la estrategia de exhibir sus cortometrajes antes de Harry Potter o Narnia. Porque sin un criterio de exhibición coherente (¿no sería más pertinente pretender exhibir los cortometrajes antes de los largos nacionales?, ¿no sería más coherente y competitivo establecer alguna norma para seleccionarlos?), no harán más que alejar al público. Por más bienintencionadas que sean, estas podrían convertirse en imposiciones contraproducentes, sobre todo, para los mismos cineastas.
Es curioso que nuestro balance del año pasado (“La Teta Hace una Diferencia” – godard! N° 22) haya sido tan criticado. ¿La razón? Allí manifestábamos, entre otras cosas, extrañar “nuevas voces que estén más preocupadas en expresarse artísticamente que en competir con las majors.”. Sin embargo, aquellos sanchopanzas que rechazaban esta hipótesis (y clamaban: ¡dignidad para el cine peruano!), son -vaya ironía- los primeros en quejarse, amargamente, y derramar lágrimas de cocodrilo por los nuevos fracasos comerciales de Lombardi y Tamayo. Estos mismos expertos nos pretenden convencer de que la única razón por el que las masas no se han volcado, acaloradamente, hacia un “falso thriller” con Paul Vega y una actriz mexicana desnuda, o no hayan desembolsado dieciocho soles de su bolsillo para disfrutar un “thriller esotérico” con Gianfranco Brero y una actriz peruana desnuda, es porque los exhibidores y los distribuidores, sencillamente, no tienen ganas de apoyar al cine nacional. ¿Pronto dirán que la varita mágica de Harry Potter está diseñada para alejar al mundo de los placeres secretos de Ella, Illary, y La Vigilia?
La posición de godard! ha sido expresada en varios editoriales: nos importa la calidad de las películas, vengan de donde vengan. Y lamentamos, profundamente, que casi siempre provengan del mismo país. Sin embargo, esta es una realidad que no tiene por qué privar al público de la orientación de la crítica especializada. Y es que ninguna agenda política, por más justa que sea, debe alejar a la prensa de su compromiso específico. Dicho esto, tampoco pretendemos ser neutrales o indiferentes ante la problemática de una cinematografía subdesarrollada, y que lucha por salir adelante en medio de la hegemonía de Hollywood.
Por otro lado, es una verdad conocida que, sin apoyo del Estado, se cerrarían muchas puertas a los cineastas que intentan dedicarse a un medio tan poco rentable en Perú. Por eso, nos llama la atención que un conocido proyecto de ley tenga, como principales beneficiarios, a las empresas que controlan el negocio del cine. Y no, en cambio, al cine peruano -que, creemos, sí debe ser apoyado, para que tenga identidad propia. Definitivamente, los grandes multicines, y las grandes compañías distribuidoras, no necesitan más ayuda económica que la que ya les ofrecen nuestros desprendidos congresistas.
Por último, queremos recomendarles, a nuestros cineastas, que, si su objetivo es seducir al público peruano, reconsideren la estrategia de exhibir sus cortometrajes antes de Harry Potter o Narnia. Porque sin un criterio de exhibición coherente (¿no sería más pertinente pretender exhibir los cortometrajes antes de los largos nacionales?, ¿no sería más coherente y competitivo establecer alguna norma para seleccionarlos?), no harán más que alejar al público. Por más bienintencionadas que sean, estas podrían convertirse en imposiciones contraproducentes, sobre todo, para los mismos cineastas.
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